Recorro en mi mente esos muros y callejones que tantas veces he visto, su color se impregna en mis ojos y pocas veces lo he revivido. Emprendo un viaje, diferente, atosigante, ¿quién sabe?, mis pensamientos vuelven a ser aquellos de antaño donde sólo buscaban herir, lacerar, ya sea cualquier cosa. Vuelvo-por un momento- a ser aquel híbrido de locura y confusión...

Borro con mis manos el cielo inerte encima de nosotros, dibujo el suelo en un lienzo para darle sentido a mi propia existencia. Sin cielo no hay vida, con la tierra y sus colores vencen las sombras y la opacidad de mis trazos. Veo el recuadro, no hay luces, no hay proporciones, solo sombras.

Se termina el viaje, despierto y me veo tendido, en una cama, alrededor de mí; pura podredumbre y vacuos intentos de estar en paz conmigo. Tal vez no es la forma, la cabeza me da vueltas, siento la presión que se atesora en mi pecho, la boca seca y los ojos se cierran, los oídos se tapan y mi cuerpo parece marchitarse. Sigo tirado en el suelo, ya no es aquel que pinté, pero tampoco está el cielo que yo borré...

Estallan aquellas partes en las que mi mirada se perdía, aquellas formas tan chocantes en que se cohesionaban todos los beneplácitos de la injundia y el amor, todos eso placeres tan mundanos y gitanos. Y ya, lo he comprendido, quizás me tomó más del tiempo que hubiera deseado, pero en el tormento del sueño vapuleante, se ha abierto la vaguedad poética de mi sacro corazón.

Todo me parece tan vulgar, no hay más instantes que perder, se encoge mi mundo y el mundo se expande a grandes pasos, bélicos y beligerantes gritos me persiguen, estoy paranoico, mis piernas parecen no responder a mi llamado, ¡no se mueven!.

Me hago pequeño y se hace enorme, me hice uno y se hizo todo. Qué más da, un juicio y se habrá acabado. Jalo y exhalo, otra vez, ese pasillo de muros y callejones, esos colores hilarantes y ese continuo movimiento.

Un último aliento de cordura me impide repetir el proceso, volteó y veo la desnudez de mi alma, veo que la moral ha caído en sus intentos vanos de protegerme. Qué melancolía, qué desprecio.

Jalo y exhalo, se olvidan mis problemas y vuelvo a ser un pintor, ahora trazo estrellas y soles, lunas y cometas. Me sostengo en la nada, en la soledad del peñasco onírico. Se van desvaneciendo las luces de las estrellas, de los soles, de las lunas y de los cometas, queda apagado todo, oscuridad malévola que se come mi obra.

Otro viaje y será suficiente, jalo y exhalo. Se acabó, soy yo, un puñado de detestable materia confirmando la existencia de la insuficiencia humana.

Empiezan a abrirse mis ojos, no quiero que vean que no hay suelo ni cielo pintados, no quiero que sepan que todo lo he inventado yo en un trance de locura y pasión. No quiero que se den cuenta que lo he hecho otra vez.