martes, 19 de junio de 2012

Inventario de soledades

Y son 2 años. Y son 3 amigos. Y es el aburrimiento. México, Hermosillo, México-Hermosillo. Cada uno a su ritmo, a la deconstrucción de su soledad que en realidad es su vida misma. Por fin están juntos los tres: rumiantes ante sus heridas, comunes pero con matices que las hacen distintas: una palabra: amor. X, Y, Z. Pongamos esas letras por nombres, como sinécdoques: la parte por el todo...porque...¿para qué poner nombres? ¿para crear lazos de simpatía con el lector? truco gastado. Los nombres han perdido su fuerza, la repetición hasta el hastío los hace vulgares; mejor así: tres letras, las finales del abecedario, poco comunes. Les da mayor fuerza; al final, los tres son personajes hiperbolizados o reducidos. Otra palabra: soledad. Y otra: sexo. Y otra más a manera de cierre: futuro. Los dramas modernos. Y no quiero que se intente comprender como ejercicio incluyente. Lo que vamos a conocer es una pequeña porción del tiempo, quizás jugar con analepsis pero poco más. I Vemos a los tres amigos en un café. X lleva lentes de marco grueso, toma café en taza y fuma uno tras otro. Z también fuma y su café lo lleva en termo para no pagar los precios-mostruosamente inflados, dice- del café(18 pesos el mediano). Y, recién llegado del DF, también toma americano, él lo toma en vaso para llevar, no fuma pero le agrada el olor a tabaco. Son, quizás las 7:30 de la tarde; el sol de Hermosillo aún no se va (por alguna razón el sol siempre está presenta aquí) y el calor no baja de los 40 grados. Es un infierno, ellos lo saben pero ¿qué se puede hacer? sólo queda aceptar con cierto estoicismo (aunque se rompe con algunas quejas por estar sudando y manchar la camisa) y tratar de ignorar cualquier cosa. Hablan; tienen mucho que platicar: su hermandad se basa en las palabras. Z describe sus últimos meses en la gran ciudad. El vivir allá se ha convertido en un deporte de resistencia (según sus palabras), cada vez se hace más difícil encontrarse a uno mismo entre los millones de personas que ocurren. El crepúsculo empieza a desollar el cielo, los tres amigos siguen poniéndose al tanto de sus vidas, a compartir culpas y alegrías, a simular futuros de éxito y a corregirse en sus errores (el verdadero sentido de esta amistad). No pasa mucho más (puede ser que las pláticas sean sustanciales pero este relato es absurdo, así que nos saltaremos esta parte). Como una coreografía, uno tras otro se levantan y como en fila india tiran la basura (consistente en colillas de cigarros, envolturas de chicles, el vaso de Z) en el bote que está a 3 pasos de ellos. Luego, se dirigen al carro de Y. Se suben (Z atrás) y se escucha el ruido del motor. Salen de la plaza y toman el Blvd. Navarrete con destino al poniente de la ciudad. Para este momento, el sol ya se ha ido y la noche ha llegado. El carro negro de Y zigzaguea entre el leve tráfico del Bulevard, y de a poco se va difuminando. Todavía le seguimos la pista porque tiene el radio prendido a todo volumen, es un disco mp3. En ese momento, está The only one de Black Keys. Entonces sí, se difuminó por completo.

sábado, 21 de abril de 2012

Suicidémonos

Suicidémonos. Así lo sugiere el amor. Así lo sugiere la vida. Morir con cierta dignidad, convertir la muerte a mano propia como un acto de rebeldía(quizás el único). Es una idea rara pero los suicidas se atraen; así los conocí a ellos. Mis dos amigos más cercanos(quizá los únicos). Una noche de esas que se pierden entre fechas sin nada que celebrar, coincidimos en crear el club de los suicidas. Cansados ya del martirio que supone vivir, optamos por cerrar el trato del suicidio.

Nadie objetó nada, los tres sacamos a relucir nuestro estigma de la muerte voluntaria. Cada uno a su manera, a su juicio y a su tiempo. Nuestro pacto no tiene fecha de caducidad.

¿Hoy? preguntó uno.
- No, lo bueno del suicidio es que te permite seguir viviendo y ya no depender del azar o de la genética.

Así quedamos. Viviríamos y cuando se agotara la reserva individual, cada uno, a su tiempo, lo haría. Pacto de caballeros: era indisoluble.

jueves, 15 de septiembre de 2011

Por eso fumo

Mi adicción al cigarro surge como respuesta a mi adicción a ti y a tus idas. Siempre te vas, por eso siempre fumo. El humo me remite a cierta temporalidad, a cierto pasado borroso, asfixiante, impreciso.


No le digo lo que pienso porque es como si estuviera en un acantilado tan alto que es imposible ver lo que hay en el fondo. Abrir mi cabeza para explicarle lo que siento es como tirarse de ese acantilado, tirarse a ese abismo a ese vacío esperando que el fondo esté tapizado de colchones. Puede suceder pero no es lo más probable.

Por eso decido irme. Ya no tengo nada qué hacer aquí, sólo vivir de tus recuerdos, alimentarme con ellos, romper el juego laberíntico que has tejido en mi cabeza para descubrir que es un camino muerto. Todos los pasillos llevan al minotauro y no tengo ni un hilo de Ariadne. El destino vuelve a mostrarse irremisible, con un dejo de ironía te vuelves a ir, me vuelves a dejar, solo, despierto en las noches sin poderte siquiera soñar. Emborrachado de tu sabor, de tus besos, de tus ideas. Con resacas infinitas de tenerte.

Por eso fumo. Para cuando me encuentre despidiéndote por vigésima ocasión no me quede con la cara de imbécil, destrozando mi garganta para que no solloze enfrente de esos mirones anónimos. Fumo para que el dolor se escape en el humo que saquen mis pulmones después de cada bocanada, para que las lágrimas se oculten en ese manto impenetrable de nostalgia y tras ese olor a nicotina barata.

domingo, 31 de julio de 2011

...

-¿Qué mentiras le has dicho?
- Le dije que se quedara, que estaríamos juntos.
- No mames wei ¿qué coño te pasa?
- No sé, es algo patológico. La mujer, y hablo de la mujer en general, tiene sobre mí una influencia absoluta. Siempre les tengo que decir lo que quieren oír.
- Buff, déjame adivinar: no has tenido una relación estable en tu vida.
- Pues no, he tenido varias relaciones pero nunca oficiales.
- Era afirmación, no pregunta.
- Da igual. Es mejor así, cuando se quieren enseriar empiezo a sudar y a crear historias donde las decepciono y ellas me son infieles con cualquier wei que me cae mal.
- ¿Cuántas veces no hemos hablado de esto wei? A las mujeres, pese a toda a esa charlataería del feminismo, les gusta ser ignoradas, son más sofisticadas y más civilizadas que nosotros pero sus impulsos siguen siendo primitivos; muy en el fondo responden a una psicología barata.
- ¿Qué dices? ¿que no hay lugar para el romanticismo?
- No a tu romanticismo.

domingo, 8 de mayo de 2011

Una muerte

En su percepción el mundo se estaba descomponiendo, paso a paso, inexorablemente. El ambiente apocalíptico que él observaba se debía a la falta de amor. Todas las personas que había amado lo habían abandonado u olvidado. Al borde del suicidio pensó que cuando uno se niega a sí mismo, el fin del mundo se reafirmaba. Pero lo mismo pasaba cuando uno se confirmaba. El fin del mundo ya está aquí. Sacó el parche de su caja. Todo era una simbología mórbida. Ese parche era el que usó su madre para mitigar el dolor del cáncer. Y todos esos recuerdos lo atormentaban, como fantasmas viciados que lo perseguían aún en sus momentos de inconsciencia.

Se había convertido en un ser-no me atrevería a decir humano- solitario, el epítome de la desolación, la alegoría final del desencanto y la desesperanza. No soy feliz, dijo con angustia mientras miraba el parche. "Colóquese en un área sin vello". Había decidido el corazón, otro símbolo inmortal. Un parche que mitigaba el dolor para morir. Un anestélgico que no podía parar el dolor de su ya oxidado corazón, despedazado como si fuera parte de un festín de carroñeros. La duda se fue disipando.

La negación infinita de él, de sus acciones, de sus sentimientos; vórtice final de una vida llena de mareos, de lloriqueos. Una vida amoral desde la muerte de su madre. Desde la muerte de su futuro. La negación que lo consumiría todo en un recital de muerte, de abstracciones mortales indelebles al paso del tiempo. Sería mejor que no existiera-dijo antes de colocarse el parche en el corazón. Una súbita ráfaga de presión se apoderó de sus venas. La muerte se acercaba. Su madre lo esperaba.

viernes, 10 de diciembre de 2010

Algo ha de existir que nos une. Aún no lo descifro. Pero pasa que cada vez que te veo no puedo contenerme en lágrimas por la imposibilidad de amarte. Allá vas, con tu sonrisa discreta, con tus juegos de palabras, con tus ojos de almendra. Allí vienes, con tu recelo a ser quién eres. Y todas las noches siempre me imagino estar sentados, juntos, indelebles al paso del tiempo, observando las estrellas que nunca se mueven.

Y esperar que tu mirada me consuma entero, quemado en el altar como un sacrificio heroico. No me molestaría quemarme a fuego rítmico, a fuego eterno si tan solo supiera que, como recuerdo me llevaré tu mirada.

domingo, 17 de octubre de 2010

A ella.

Los ruidos me descontrolan. Me generan una especie de adicción, de adicción por la ezquizofrenía. Me subo al techo para buscar el silencio absoluto; encontrar calma a través de las imágenes de quietud, de pasividad, de decadencia que se observa allí en la cima de la casa: el techo carcomido por el tiempo y la interperie, esqueletos de coolers, cables sueltos, hojarasca dispersa y colillas de cigarros nunca acabados.

Pero es imposible. Sentado en esa especie de triángulo que le da a la casa su aspecto burgués y pseudo aristocrático, veo el horizonte de techos, de estructuras similares, de perros atrapados en la altura. Veo, también las luces incombustibles y eternas que nunca se van. Un mar luminoso se extiende hasta la infinidad de mi mirada y que, como efecto secundario impiden ver la negrura de la noche con sus adornos estelares. La luz decolora la noche. El vórtice se hace impenetrable.

Agrego otra colilla a la colección del techo. Y no encuentro el silencio, ni siquiera visualmente. Carros van y vienen con sus prisas mal entendidas, con su vanidad corriendo por las calles. El silencio, por alguna razón es entendido como síntoma irrevocable de la decrepitud, de lo sarnoso, de lo que está por culminar. Si tan sólo entendieran que el silencio, hoy, ya no existe. Allí, en el lugar más común de todos, y por ende, el más solitario, tampoco hay silencio.

Los grillos lo echan a perder. Y mis pensamientos también. Y la soledad.

Ella me dijo alguna vez que nunca estaría solo. Tiene razón, la soledad-y dicen que el silencio- es un gran acompañante. Así me va. Una semana después me volvió a insistir que ella no me quería porque nunca estaría solo-ni en silencio-. Toda mi vida supongo ha sido así: martirizada por leyendas antiguas, añorando lo que dejó de ser o que nunca fue o que nunca será. Añoro el silencio. A ella.