jueves, 15 de septiembre de 2011

Por eso fumo

Mi adicción al cigarro surge como respuesta a mi adicción a ti y a tus idas. Siempre te vas, por eso siempre fumo. El humo me remite a cierta temporalidad, a cierto pasado borroso, asfixiante, impreciso.


No le digo lo que pienso porque es como si estuviera en un acantilado tan alto que es imposible ver lo que hay en el fondo. Abrir mi cabeza para explicarle lo que siento es como tirarse de ese acantilado, tirarse a ese abismo a ese vacío esperando que el fondo esté tapizado de colchones. Puede suceder pero no es lo más probable.

Por eso decido irme. Ya no tengo nada qué hacer aquí, sólo vivir de tus recuerdos, alimentarme con ellos, romper el juego laberíntico que has tejido en mi cabeza para descubrir que es un camino muerto. Todos los pasillos llevan al minotauro y no tengo ni un hilo de Ariadne. El destino vuelve a mostrarse irremisible, con un dejo de ironía te vuelves a ir, me vuelves a dejar, solo, despierto en las noches sin poderte siquiera soñar. Emborrachado de tu sabor, de tus besos, de tus ideas. Con resacas infinitas de tenerte.

Por eso fumo. Para cuando me encuentre despidiéndote por vigésima ocasión no me quede con la cara de imbécil, destrozando mi garganta para que no solloze enfrente de esos mirones anónimos. Fumo para que el dolor se escape en el humo que saquen mis pulmones después de cada bocanada, para que las lágrimas se oculten en ese manto impenetrable de nostalgia y tras ese olor a nicotina barata.

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