Besar

Besar, besar tu cara sin expresión, esa cara cuyos cejas finas hacen ver tu ceño fruncido de forma tan clara, donde debajo de esas cejas tan finas se ubican los ojos más bellos que haya visto: color café claro, casi oliva, un color que ejemplifica lo enigmático de tu presencia. Son grandes, quizá muy grandes, expresivos, adoquinados por unas pestañas largas y elegantes-como tú- y que avisan con suma delicadeza cada vez que tus párpados cierran. Tu nariz, aguileña y delgada, recta y afilada, sólo agudiza y enfila la forma de tu rostro: simétricamente perfecto, la geometría se debió haber borrado al encontrar la forma perfecta. Le sonrojarías. Finalmente llegamos a esos pómulos, estilizados por su equilibrada flaqueza que suguere ese halo de fragilidad.

Tus labios merecen un párrafo aparte, tensas la cara, paras los labios, duermes y relajas cada músculo y aún así, tus labios nunca pierden esa forma. Dibujan un corazón, cada línea de cada labio es un trazo que representa la perfección de la creación. Y veo como respiras cuando me acerco.

Beso, beso tu cara sin expresión. Toda la expresión que necesito está en tus labios. Lo sabes, y lo sé. Cada beso es distinto, cada uno vive una historia diferente, cada uno representa los mundos alternos y las vidas pasadas y futuras de nosotros, donde día tras día nos volvemos a encontrar.

Despacio y dulce, agresivo y con mordidas, el equilibrio no es para nosotros. ¿Recuerdas? haberte despertado tras las miradas ajenas de unos ojos tuyos. Los míos. Nos volvimos a besar, recreando mil imágenes. Millones. Infinidades de verdades.

Besé ese rostro, inerte, cada vez más pálido. Lo besé. Juré no besarlo más, no sea que la debilidad obligue a mis labios a despreciarse. Ínfimo.

Respiros y jadeos encerrados en una de las celdas de mi mente.

No más.