lunes, 22 de junio de 2009

I

Sonaba la canción de Modern Guilt de Beck en el estereo. Tenía cerca de un año sin saber de ella, nada, ni siquiera una palabra...quizá un recuerdo en algún momento de debilidad carnal que irremediablemente llevaba a efímeros segundos de placer. Poco más.

Yo, con lentes, ella con el pelo más güero, usando pantalones y camisetas con leyendas transgresoras. Nuestras diferencias, nuestras uniones. La verdad es que los dos sabíamos porque estábamos allí, rememorar aniversarios poco comunes, besos distraídos y promesas incumplidas. Éramos tontos y quizá nos dejamos llevar, ella es más grande que yo, de siempre. Nunca quise nada con ella, ni ella conmigo. Hablábamos de lo que sabíamos, literatura, amor, odio, comedia, y todo aderezado con inocencia. Empecé por romper el silencio que me tenía aturdido, algo raro en mí. Le agarré la mano y le dí un beso en el cachete. Su reacción fue natural, me respondió el beso, pero ella en la boca. No sé ni dónde estábamos, pero nos detuvimos para sentarnos. Dos cafés.

-Fueron tres cervezas las que me tomé, un veinte y dos cigarros-dije con tono reflexivo. No obtuve respuesta. Seguí hablando, no quiero hablar de lo que dije, creo que carece de la menor importancia. Intenté hablar de lo que nunca hablamos. Ella no contestaba. Sabía cuál era el tema, nunca entendió mi obsesión ni el idealismo que yo le daba al hecho.

Lo sabía pero no lo entendía. Le parecía absurdo. Como el mundo mismo...en algo coincidiamos. Era un mujer de más mundo que la de hace dos años que apenas podía escribir un soneto. Le recordé aquel poema que escribió, para que me dejara de llamar sentimental. El olor a café nos distrajo y por fin me preguntó algo que yo nunca quise responder.

-¿Crees en mí como crees en ti?- No, respondí. No sé porqué, pero con ella nunca necesité decir más palabras que las necesarias. Empecé a jugar con sus dedos. Ella reía y confirmaba su idea.

-Siempre fuiste muy egocéntrico, tímido pero creído.
-Rima- le dije con tono burlesco.
- Y ¿ahora qué?
- No sé, tú eres la mujer, por decreto histórico tienes la decisión.
- Su mirada se fue hacia la izquierda. Parecía preparar la respuesta a mi provocación machista. Esgrimió una pequeña sonrisa, quitó su mano de mi mano y no dijo más.
- Veo que ya no eres tan tonto, aunque tus provocaciones caen en saco roto, todas esas falacias ad hominem me parecen una ridiculez.
- Entré en ese pequeño mundo de la objetividad. No me vengas con lógica, le dije, que no quiero pretender cosas que no soy.
- ¿Entonces?- ella preguntó.

De algún modo, me había hecho que yo fuera mi mujer, era como una batalla, donde el sentido sexual ya no pasaba por lo físico, sino por el gozo verbal.

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