sábado, 11 de septiembre de 2010

Nostalgia trágica



Todos los días me la topaba en las escaleras: mientras ella subía yo bajaba, mientras yo bajaba ella subía. Nunca íbamos al mismo sitio. Parafernalia de situaciones. Cruzábamos el saludo de cortesía obligado. A veces me ofrecía a ayudarle a cargar su café o su comida pero me decía que no, que ella iba hacia arriba y yo hacia abajo.

A veces fantaseaba con la posibilidad de hablarle más tiempo. De escarbar en su mirada melancólica, en sus manierismos histriónicos, en su voz gangosa. Pero nunca tuve el valor. Supongo que se debe a que uno crea arquetipos con los cuales se hace necesario vivir. Cuando ella se fue yo me sentía vagamente arrepentido. Siempre he pensado que cuando uno conoce a alguien; la decepción es la principal respuesta. Existe una imposibilidad invisible-y por qué no decirlo, imbécil- que aparta a cada hombre de cada mujer.

Así que me hundo en una nostalgia, no una cualquiera: una trágica. Verán, la nostalgia como ente o residuo único del pasado-la memoria como herramienta- se arraiga en el consciente de cada uno y exuda una especie de agotamiento cósmico en la soledad más desolada, como diría Benedetti. Uno puede quedarse a medio morir en su cama reordenando y revisionando una historia que ya fue y que no fue así. Pero no importa. La naturaleza de la nostalgia es un querer y no poder. Un querer vivir en un pasado inventado, mutilado.

La parte trágica-quizá inherente, quizá no- viene en el no poder. En saberse consciente de la futilidad del deseo. Digo quizá inherente, quizá no, porque lo trágico se extrapola cuando en este presente sin sentido, que, paradójicamente se convierte en el pasado anhelado, uno se puede encontrar con esas figuras que son sólo ideales anacrónicos.

Caminaba por alguna calle sin nombre, como quien busca el tiempo en el sol. Y la vi, ella venía, yo iba. Siempre. Me vió. Pasó enseguida de mí y se detuvo. No enfrente, a un lado. Yo también me detuve. Sentía desaparecer por la contradicción. Vivía lo trágico de la nostalgia, su incoherencia más grande, su contradicción más espeluznante. Ella llevaba su café. Yo llevaba un cigarro.

Tiempo y silencio. Si le hablaba, rompería con aquel prototipo de belleza etérea que se hace infinita. Pasaba que sí habló.

- No esperaba a verte por aquí, dijo con tono amargado.
- Yo tampoco esperaba verme por aquí...me rompiste ¿sabes?

El silencio se hacía más claro, como aire de noche.

- Sí. Es lo que pasa cuando cada uno inventa su vida propia. Yo también estoy rota.

Su cara tomó un semblante extraño, con una leve inclinación hacia lo perturbado. Como si quisiera llorar.

- Me imagino todo lo que hemos vivido en historias paralelas. Te habré hecho el amor al menos en unas 3,456 veces. Habremos hablado de la estética del cine actual, de la problemática de la música, de lo que realmente vale leer.

Me interrumpió con un suspiro larguísimo y ella continuo:

- Nos habremos acurrucado cada noche desde que nos conocimos, habremos llorado viendo alguna película, mirado a las estrellas cada domingo, me habrás cocinado cada martes desde que vivimos juntos.

- Y viviremos rompiendo nuestra nostalgia, nuestra melancolía, nuestro pasado.

- No hay nada peor que vivir en nostalgia- me dijo.

- Sí, sí lo hay. Vivir esto. Vivir en mundos separados, vivir en el mismo mundo.

Nunca hubo un intento por parte de tocarnos. Era algo tan natural que parecía erróneo hacerlo. Hacerlo presuponía un rompimiento, un cambio, un desengaño que, probablemente desembocaría en un momento tan corriente que ambos nos sentiríamos asqueados.

- Me tengo que ir.

Y se fue. Y todo ese tiempo-espacio en el que estuvimos lado a lado se desvaneció tras el sonido de sus pasos.

1 comentario:

C. c. c. dijo...

Me gusta mucho leer todo lo que escribes en este blog, me encantaria poder hacerlo de la misma manera. Eh de admitir que en ocasiones no comprendo del todo lo que escribes, pero igual adapto lo que pones a situaciones personales que me hacen reflejarme en ellas.

Un gran abrazo! =)