Los ecos de una nimiedad. La soledad de la locura. El tiempo desgastado en mis dedos. El desierto. Desacierto en mis pensamientos. Es una perdición, una tremenda adicción. ¿Indiferencia?, no, más bien inferencia. Los ojos del espejo empiezan a bailar en búsqueda de algo sobresaliente. Estoy aislado, como los close-ups a Isak en Fresas Salvajes. Intento respirar. Sí, respirar.
Nobody knows where you are resuena como fondo de una desolada noche. Negra azabache, como lo habitual en este pequeña población. La gente apesadumbrada con sus labores de trabajo, comunicación a tope comunicando que no sabe comunicar, bendita asunción. ¿Confusión?, quizá, nunca hemos entendido los entramados de una noche, menos míos e imposible los de este presente.
-Me da miedo verte- se repite en la circular de enfrente. El humo me consume, el frío también. La cuadrícula ¿azarosa, indeterminada? vuelve a cazar un animal más. Colores, líneas y texturas se abrazan y se funden en mi retina. Mis ojos se cierran como la Luna da paso al Sol, como las estrellas se van y llegan las nubes. Intento explicarme lo absurdo de todo, pero no hay nada.
-Sigo pensando en los ciclos del mundo. Me deseo viéndote contigo. Pensando que un insufrible día, tú te irás, inexorablemente- termina diciendo con decencia bien pensada.
Nos hemos puesto de cara. Evitando así las miradas perdidas y concentrándonos. Uno frente al otro. La luz opaca sólo refleja los labios, y parte de ese pelo castaño oscuro. Se ríe y me río al mismo tiempo de la soledad. Otro que se consume por el humo-pienso-.
Termino, murmullos apenas escuchables. Eres igual a mí, pero de mentiroso aspecto. Se ilumina todo. Quedan las cenizas de los cigarros y un espejo vacío.
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