martes, 30 de marzo de 2010

Hermosillo blues: el megalómano



Me gusta Ella Fitzgerald. A mí también y continúe: me gusta Charlie Parker. Me encanta-respondió y con su voz algo gangosa siguió: me gusta el cine viejo. No supe qué decir. Era un idealismo, una suerte de romanticismo.

En cierto sentido se parecía a mí y yo me parecía a ella. Sus ideas y sus gritos, mis acciones y mis silencios. Todo en dos mitades de ser. Su estética de mujer de los 50's y mi anacrónica figura de humo y cenizas. Sólo faltaba que la vida mutara a blanco y negro y estar en New Orleans en algún callejón escuchando alguna copia del scat de Louis Armstrong. Caí en cuenta que llevaba minutos sin hablar, ni ella ni yo; como si nos fundiéramos en una espiral que conduce al abismo más profundo.

Soy un ermitaño espeté con voz de sueño. Soy una gitana respondió con fuerza desmedida. Tú nómada yo sedentario, pensé con tristeza. No creo en el destino, ella sí. Un sumario de reacciones, voces en recovecos cada vez más profundos y presencias menos silentes pero sí ausentes.

Sonó la trompeta de Bird, seguida de Guillespie. El mundo de nosotros despedazado por las leves ironías y las sincronías que nunca se dan. Triturado por las paradojas y por la risa burlona de otras personas y de una puta vida encerrada en la sucia verdad y en la simple mentira.




Allí está el free jazz de Davis y luego la improvisación de Coltrane. Falta el piano de Monk o el elitismo de Miller o Roach. Tengo ganas de desaparecer le susurré mientras rezamos letanías en esa eterna lejanía. No me responde porque llora con sus ojos vacíos de esperar. Le digo que Tom Waits es la versión malvada de Louis Armstrong, cantando y vomitando elegías en los bares y que esas canciones de desamor y soledad alcohólica están hechas para nosotros.

Y ahora desaparezco y ella también, pero no tanto. La luz se prende y por segundos la veo, pero hay alguien más, le veo desde un oscuro lugar. Desde los ojos de alguien más. Desde los ojos de ella que tampoco son de ella. Vemos lo mismo, ella y yo.



Desaparecemos entre botellas de cerveza, medicinas y disturbios pasajeros. Desaparecemos cuando se acaba el cd que nunca dió descanso. Y en ese denso páramo del olvido me pregunto porque la ciudad es una especie de cuadro de Edward Hooper y ella es una especie de pintura coherente de Jackson Pollock.